Fuimos con el coche de David, así que le tocó comerse la paliza del viaje. Más de 4 horas nos costó llegar, eso sí, contando paradas para almorzar como Dios manda y algún que otro equívoco de carretera.
Por fin a eso de la 1 menos cuarto llegábamos a las taquillas del Soplao. Tuvimos que esperar más de una hora antes de entrar porque nos dieron tickets de entrada para las 2.
En esta zona hubo hasta el año 1979 una fuerte actividad minera. Se extraía zinc y plomo. Ahora las cuevas también se explotan, pero a través de la actividad turística.
Un tren nos llevó hasta las profundidades de la cueva y allí nos esperaba una guía que nos fue enseñando las diferentes salas y galerías. La calidad de la cueva es magnífica, sin duda, la más impresionante que he visto hasta ahora, pero no me gustó la forma que tienen de organizar las visitas. La guía nos llevó a toda velocidad de lado a lado sin casi tiempo de ver ni admirar nada. Otra cosa que me jodió fue que no permiten sacar fotografías. Me parece muy bien que prohíban el uso de flash, pero joder, que dejen por lo menos sacarlas sin flash... Eso sí, luego nos venden en su carísima tienda las fotografías y nosotros ale, encima de pagar los 9,50€ que cuesta la entrada, si queremos un recuerdo del lugar pues a pagar las correspondientes fotografías.
Durante la visita hubo un momento en el que me revelé contra el sistema, me puse al final del grupo y me hice el despistado para echar unas cuantas fotos, pero se ve que soy torpe porque a las primeras de cambio la guía me pilló y me avisó de que no se permitía echar fotos...
En fin, volvimos a salir hacia el exterior por el mismo tren con el que habíamos entrado, nos comimos un bocata en las propias instalaciones de la cueva y tomamos camino de regreso hacia Logroño.
Todavía nos dio tiempo al volver en desviarnos ligeramente del camino para acercarnos a Suances, un pueblo que nos recomendó David.
Como era un poco tarde y al día siguiente era día de curro, no nos dió tiempo más que a visitar la zona de acantilados. Esta parte me encantó. El agua golpeaba aquí con furia sobre las gigantescas rocas y los abruptos cortados.
Desfiladeros (I) | Desfiladeros (II) |
Ya a última hora, mientras David y Eva se tomaban un café en un bar, Edith y yo bajamos a contemplar el anochecer desde la arena de una pequeña playita cercana. La mezcla del fuerte oleaje, la tenue luz del ocaso, las pisadas sobre la húmeda arena; todo esto creó un momento muy bonito.